Soledad Domínguez
Durante 70 días de navegación alrededor de la costa antártica, un equipo de 57 investigadores encontraron evidencias preocupantes del impacto del cambio climático en
la región. A bordo del buque ruso Akademik Tryoshnikov, los científicos
observaron que los glaciares en la isla Rey Jorge se están derritiendo
aceleradamente y que incluso se han expandido los campos de musgo. De
hecho, fueron testigos de la formación de arroyos sobre las plataformas
de hielo.
Además, observaron la presencia de microplásticos en la nieve y
que la salinidad del océano austral, es decir, la concentración de sal
en el agua, se ha reducido. Aunque las muestras recolectadas durante la
expedición aún están siendo analizadas para llegar a conclusiones más
contundentes, las observaciones preliminares reflejan la creciente fragilidad del ecosistema antártico ante el calentamiento global.
Esta realidad no solo es preocupante dado los impactos en cadena que
estos cambios tienen sobre el ecosistema antártico— desde las pequeñas
algas en el océano hasta las ballenas que allí se alimentan— sino
también por las consecuencias que esta degradación puede tener sobre todo el planeta.
Y es que el clima global está íntimamente ligado a la Antártida. De hecho, el continente blanco, que parece tan lejano, está conectado de manera sorprendente con la Amazonía.
Ambas regiones desempeñan un papel crucial en la circulación
atmosférica y se modifican mutuamente explicando la dinámica climática
de Sudamérica.
La conexión es tal que una sorprendente hipótesis está muy cerca de confirmarse tras los resultados de esta expedición: micropartículas en el hielo antártico podrían contener rastros de los incendios en la Amazonía.

El buque rompehielos de la Misio´n Akademik Tryoshnikov.
Foto: International Antarctic Coastal Circumnavigation Expedition –
ICCE.Photo/Video © Anderson Astor and Marcelo Curia
Microplásticos en el hielo
La Antártida es el quinto continente más grande de la Tierra, mayor
que Europa y supera en más de una vez y media el tamaño de Brasil. Los 14 millones de kilómetros cuadrados de
este desierto blanco son un regulador clave del clima. Junto con el
Ártico —mucho más pequeño—, la Antártida redistribuye el calor que es
absorbido en la zona ecuatorial, equilibrando la energía térmica. En
otras palabras, las masas de hielo en estos dos lugares extremos del
planeta son una gran maquinaria circulatoria que regula energía, afectando el clima global.
Este verano finalizó la Expedición Internacional de Circunnavegación
Costera Antártica (ICCE), liderada por el glaciólogo brasileño Jefferson
Cardia Simões, del Centro Polar y Climático (CPC – UFRGS). En total
fueron 57 investigadores de siete países que recorrieron 29 mil
kilómetros hasta el fin del mundo y dieron vuelta a la península
antártica recolectando muestras de nieve y hielo, además de agua marina para entender cómo la microvida que habita en ese lugar responde a los cambios climáticos.

Cilindro de nieve para ser analizado. Foto: cortesía
International Antarctic Coastal Circumnavigation Expedition – ICCE / ©
Anderson Astor and Marcelo Curia
En una de las imágenes registradas durante los 70 días de expedición,
el coordinador del equipo de glaciología del Centro Polar y Climático
(CPC-UFRGS), Filipe Lindau, perfora la nieve para extraer cilindros de
hielo de unos 7.5 centímetros de diámetro que permitirán estudiar la
atmósfera y la presencia de microplásticos. “Cada capa de nieve
representa la precipitación (es decir, una nevazón) de un momento
específico, revelando la atmósfera de ese entonces, los componentes
químicos y la cantidad de nieve que cayó”, explica Lindau.
Si bien los análisis de todas las muestras, tanto de cilindros como
de aguas, se llevarán a cabo en los próximos meses, observaciones en la
expedición dan cuenta de la paulatina degradación de la Antártida. Tanto
es así, que “los microplásticos eran visibles al pasar el agua de mar por una suerte de coladores,
se veían inclusive a través de la lente de cámara fotográfica”, cuenta
Venisse Schossler, climatóloga y también coordinadora de la misión.
Pero hay algo más que preocupa a los científicos.

Equipo de glacio´logos en el terreno. Foto: cortesía
International Antarctic Coastal Circumnavigation Expedition – ICCE /
Photo/Video © Anderson Astor and Marcelo Curia
Se derrite el hielo
La conexión entre la Antártida y la Amazonia es una realidad de la
que se tiene conocimiento desde hace tiempo. Ambas regiones están unidas
por un corredor atmosférico y, de hecho, ocasionalmente masas de aire
frío pueden llegar hasta el estado brasileño de Acre y al sur de la
Amazonia del Brasil causando descensos de temperaturas. A su vez, hasta
la Antártida llegan los “ríos voladores” que salen de la región
amazónica. Se trata de corrientes de aire de origen tropical que
transportan grandes volúmenes de humedad e incluso de calor hacia
regiones extratropicales y polares.
Al vigésimo día de navegación, mientras el buque rompehielos Akademik
Tryoshnikov avanzaba en la Antártida Oriental, región de la Isla Mill,
el equipo de científicos observó la proximidad de un ciclón. “Vimos que
había una ola de calor en Brasil asociada a una masa de aire caliente y
húmeda que venía de la Amazonía, recorriendo el Atlántico, llegando
hasta la Antártida”, explica Venisse Schossler. Esa masa contribuyó a la formación de un ciclón en la zona, y favoreció la precipitación en forma de lluvia, acelerando el derretimiento del hielo marino.
Aunque no se puede afirmar que estos episodios estén aumentando en
frecuencia, su impacto en el equilibrio climático de la región preocupa a
la comunidad científica.

Investigadores en el terreno para iniciar las perforaciones e
extracciones de muestras de nieve. Foto: cortesía International
Antarctic Coastal Circumnavigation Expedition – ICCE / Photo/Video ©
Anderson Astor and Marcelo Curia
Durante la circunnavegación, los especialistas fueron testigos
directos del retroceso del Glaciar Lange. El climatólogo Francisco
Aquino, integrante de la expedición lo explica. “Confirmamos que el frente del Glaciar Lange retrocedió al menos 400 metros entre 1995 y 2025, después de haber perdido 1.38 km entre 1956 y 1995”.
Los impactos también afectan al hielo marino y, a su vez, a la
biodiversidad de la Antártida puesto que este hielo es vital para el
suministro de nutrientes necesarios para la vida que crece y se desarrolla bajo él.
Debido a los aumentos de temperaturas, se ha observado una reducción de hielo marino en la Antártida desde 2016. Estudios publicados en la National Snow and Ice Data Center señalan que desde aquel año, la entrada de calor anómalo en la Antártida ha afectado la extensión promedio de su hielo marino, el
que se ha reducido en 6500 kilómetros cuadrados. “Esto impacta en una
disminución en la producción de krill, que se parece a un mini camarón, y
que es base de la cadena alimentaria en la fauna antártica”, explica la
profesora Schossler.
Un aumento en las lluvias, junto con el derretimiento de hielo marino
y de glaciares, también puede llegar a impactar directamente a los pingüinos antárticos.
Si bien esto no fue observado en la expedición, la bióloga polar,
Emanuele Kuhn, especializada en la vida en ambientes extremos, y quien
durante la expedición se encargó de recolectar muestras para analizar
los microorganismos, relata eventos de acuerdo a su estudio y
experiencia. “Los pingüinos nacen con plumas protectoras de la nieve y
no de las lluvias. Entonces, los pichones, si se mojan con agua a
temperaturas de 1 a 2°C, sufren estrés y mueren de hipotermia. Son animales adaptados a la nieve”, refuerza la bióloga.

Debido a los aumentos de temperaturas, se ha observado una
reducción de hielo marino en la Antártida desde 2016. Foto: cortesía
International Antarctic Coastal Circumnavigation Expedition – ICCE /
Photo/Video © Anderson Astor and Marcelo Curia
Dada la conexión que existe entre la Antártida y la Amazonía, cuando hay deforestación e incendios, el aire contaminado por la combustión, cargado de partículas finas, llega al fin del mundo.
“El aire contaminado por incendios en la Amazonia puede
transportar carbono negro —una partícula altamente absorbente del
calor— hasta regiones lejanas como la Antártida”, explica la profesora
Schossler. Cuando estas partículas se depositan sobre la nieve y el
hielo, reducen su albedo, es decir, su capacidad para reflejar la luz
solar, y ello acelera el derretimiento. Además, el carbono negro, al permanecer suspendido en la atmósfera, contribuye al calentamiento global.
“Tenemos que comenzar a entender que, así como en el océano, también
existen ondas en la atmósfera que, al propagarse, transfieren ese calor y
humedad que conectan regiones remotas del globo”, agrega Claudia
Parise, investigadora sobre la interacción entre océano y atmósfera en
la expedición.

Helicópteros de la misio´n, al regresar al buque, luego de
actividades de expedicio´n. Foto: cortesía International Antarctic
Coastal Circumnavigation Expedition – ICCE / Photo/Video © Anderson
Astor and Marcelo Curia
La pérdida de salinidad
Otro de los impactos observados por los científicos es que el mar está perdiendo salinidad debido
al deshielo de los glaciares, lo que afecta directamente al
fitoplancton. Estas algas microscópicas forman la base de la cadena
alimentaria en el océano y desempeñan un papel clave en la captura de
dióxido de carbono y la producción de oxígeno.
“La reducción de la salinidad y el aumento de la acidez de los océanos están alterando profundamente los ecosistemas marinos,
afectando directamente al fitoplancton, considerado el pulmón del
mundo. Sin él, existe el riesgo de que se produzcan desequilibrios en
toda la cadena alimentaria marina e impactos en el clima del planeta.
Estos cambios se están produciendo más rápidamente en los océanos
polares, que son especialmente sensibles al cambio climático”, afirma el
profesor y coordinador de la misión Simões.
Los cambios en la salinidad también afectan la circulación oceánica,
un sistema complejo de corrientes de agua que mueven calor, nutrientes y
otros elementos vitales por los océanos. Estos cambios, a su vez, alteran el equilibrio energético entre los trópicos y los polos, es decir, la distribución de calor entre estas regiones.
Los investigadores advierten que el debate ambiental se centra
demasiado en la Amazonía, mientras que la Antártida también cumple un
papel clave. Los sistemas están interconectados: los cambios en la Antártida afectan a los trópicos y viceversa.
De hecho, las corrientes oceánicas y atmosféricas existen debido a la
diferencia de temperatura entre los trópicos y las regiones polares, lo
que facilita la transferencia de energía. Los trópicos reciben más
energía solar de la que pierden, mientras que las regiones polares
tienen un déficit. El impacto de modificar cualquiera de estos sistemas
es negativo. “Los océanos polares, especialmente por su frío, son los mayores secuestradores de carbono y sin ellos, tendríamos un 40 % más de dióxido de carbono en la atmósfera”, explica Simões.

Pruebas de muestras de agua en el mar. Foto: cortesía
International Antarctic Coastal Circumnavigation Expedition – ICCE /
Photo/Video © Anderson Astor and Marcelo Curia
En el film One Strange Rock, hay una escena que muestra cómo
las semillas y el polvo del desierto del Sahara son transportados por
el viento a través del océano Atlántico hasta la selva amazónica en
Sudamérica. Son partículas ricas en fósforo y otros nutrientes
esenciales que viajan miles de kilómetros en la atmósfera y caen sobre
la Amazonía, enriqueciendo el suelo y revelando la profunda conexión
entre ecosistemas distantes.
Todo se conecta, dice Lindau y “la Antártida, aunque remota, tiene
una dinámica de conexión constante e influye en la regulación del clima
global”.

Investigadores glacio´logos en el terreno. Foto: cortesía
International Antarctic Coastal Circumnavigation Expedition – ICCE /
Photo/Video © Anderson Astor and Marcelo Curia
Artículo original: https://es.mongabay.com/2025/04/antartida-expedicion-cientifica-encuentr...